Juan Bonilla: La Costa del Sol en la hora pop
Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2007
En Nueva York, allá por el año 15, Juan Ramón Jiménez —irremediablemente moderno ante lo que ya se apuntaba como post— se preguntaba: «¿Es la luna o es un anuncio de la luna?». En este interrogante algunos han visto, anticipada y encapsulada, la teoría de Baudrillard sobre el simulacro. Con Marbella, en cambio, hace tiempo que no cabe hacerse esa pregunta, por lo obvio de la respuesta: naturalmente que Marbella es un anuncio de Marbella. O un anuncio de un anuncio de Marbella. O…
Pero, ¿siempre fue así? Por difícil que hoy resulte creerlo, no. Hubo, también para esa Costa del Sol de la que Marbella es capital sentimental, una edad heroica. Marbella, Benalmádena, Torremolinos, fueron en plena guerra fría, y en la más gélida paz de la posguerra española, un rayo de sol (¡oh-oh-oh!). Demasiado joven mal que le pese para haber sido Aquiles en alguna de aquellas legendarias fiestas, Juan Bonilla es su Homero en este libro (la comparación épica se la tomo prestada a él mismo). El título, certero: La Costa del Sol en la hora pop. En la hora, sí. Porque cuánto duró esa era. Quizás de mil novecientos cuarentayalgo a milnovecientos setentaypoco. Con más exactitud, Bonilla dice: del chic al kitch (diabólico palíndromo), del chic al shock. Fulminante, y sobre todo mirado desde hoy, desde ahora, con la capacidad que la distancia otorga para condensar instantáneas y darles un sentido. La impresión —el libro la recoge y la suscita maravillosamente— es que esa era fue una sola hora, aunque eterna: una única fiesta suspendida en el tiempo. Bajo sus luces y entre sus bandejas se cruzaron Ricardo Soriano, Alfonso de Hohenlohe, Ana de Pombo, Jean Cocteau, Edgar Neville y Conchita Montes, el bailarín Antonio… y el sinfín de figurantes que les acompañó. Bonilla les rescata del confeti pisoteado bajo el que quedaron sepultados después, con la resaca, y su memoria sirve también de advertencia: sic transit feria mundi. Al leer acerca de los pasos que condujeron a unos y otros a ese litoral preciso en el amanecer exacto, se tiene la certeza de que, como los héroes de una epopeya, todos ellos tuvieron que estar allí, entonces: no es que el resto de sus vidas o sus obras sea prescindible (sería un despropósito decirlo de Cocteau, y excesivo hasta de un Neville), pero en sus respectivas asignaciones de destino se encontraba escrito el establecerse un buen día en la Costa del Sol, contribuyendo así a inventar la propia Costa del Sol (lo de que antes hubo pueblos de pescadores yo sospecho que es mito), por un efecto mágico emanado de sus personalidades y las de sus parásitos.
Lo posmoderno no quita lo valiente, y Bonilla, al trazar el ascenso y caída del Paraíso, se pregunta por qué aquello degeneró en esto (de sobra sabemos lo que es esto). No se trata de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero tampoco vayamos a tragarnos el sucedáneo del sucedáneo del enésimo sucedáneo de algo que solo recuerdan los más viejos y desintoxicados del lugar (casi nadie). Todo es relativo, pero algunas cosas son más relativas que otras: la belleza del estilo relax que en los sesenta levantó algunas de las edificaciones más emblemáticas de la Costa del Sol puede ser discutible, pero los horrores que vinieron después son seguros y sus moles de hormigón parecen bastante perdurables (para que luego digan que la posmodernidad ha borrado del mundo las certezas). Entre Kim Novak y Maite Zaldívar, encuentren las siete diferencias. Si necesitan pistas, olviden este libro, no les interesará. Si por el contrario han resuelto el enigma, y además aún les queda corazón bajo el cinismo afterpop, se preguntarán, como Bonilla se pregunta y nos pregunta, si había alguna culpa original en el sueño de libertad con el que empezó la Costa del Sol, por qué se jodió todo, y quién o quiénes lo jodieron. No lo he dicho aún, lo digo ahora: me gusta este libro, mucho. Por varias razones, pero sobre todo porque no es otro codazo simpático que le ríe las gracias a la degeneración y el friquismo, ni es el libro de un divino que escribe desde lejos, divertido por la historia que cuenta, y sin mancharse con ella. Es muy posmoderno, muy afterpop, es gracioso y hasta divino, pero además, y creo que ya iba siendo hora, es un libro responsable.
La Edad de Oro Solar, porque todavía el sol no se sospechaba nocivo, se convirtió en la Edad del Chapado en rayos uva. Se nos expulsó del Paraíso por la vía más expeditiva (convertir el Paraíso en otra cosa). Desde los políticos coleccionistas de leopardos disecados, a los nazis exiliados en las arenas blancas, pero también a los votantes del gil, la culpa está muy repartida. La duda aún es si alcanza a los primeros soñadores del Edén. Ellos, inocentes como eran bajo el sol meditarráneo, ignoraban la verdad; nosotros, gracias a esos nuevos sabios que son los publicistas, la conocemos: Cuando haces pop, ya no hay stop.
Carmen Morán Rodríguez