Renacimiento
Kenzaburo Oé
(Trad. de Kayoko Takagi)
Seix Barral. 315 páginas
Barcelona. 2009
Hay quien piensa que los premios marcan el principio del fin de una buena obra. Yo no conozco el olor de los premios, pero sé que a cualquier persona le agradaría recibirlos.
A los escritores también. Sin embargo, en la mayoría de los casos ser premiado -y mientras más relevante es el premio, más ocurre-, es sinónimo de decadencia de la obra.
Hay muchos ejemplos. Yo había leído tres novelas de Kenzaburo Oé escritas antes de ser premiado con el Nobel y me habían encantado. Pero cada libro que escribía tras el
premio y caía en mis manos, me iba interesando menos. De hecho, trataba de evitar las novedades. Pero era inevitable: siempre caía en ellas y terminaba arrepintiéndome.
Cuando encontré Renacimiento fue diferente. Sólo con leer el texto de la contraportada, el nerviosismo se tornó en expectación, y esta en interés. Y no fue más que el principio.
A medida que lo iba leyendo, me iba dando cuenta de que Renacimiento es la mejor novedad que ha publicado en España Kenzaburo Oé desde que en 1994 recibiera el Nobel. Y no sólo eso, que ciertamente no es decir demasiado, sino que está a la altura de sus mejores libros anteriores.
Kenzaburo Oé nació en Ose (Japón) en 1935. Vivió la guerra como un niño. Los niños tienen una forma de ver las guerras muy peculiar. En Japón también. Y así lo cuenta en su primera novela, La presa, que con sólo veinticuatro años le situó en primera fila de la novela que se hacía en su país. Las otras dos novelas a las que me refería son Una cuestión personal (1964) y El grito silencioso (1967). Su tema principal es el descenso a los infiernos. Por eso se le ha emparentado con Dante, Dostoievsky y Lowry. Uno no tiene aún demasiado claro hasta qué punto la vida del autor ha de reflejarse en su obra. Hay autores que lo necesitan y autores que buscan la evasión. Y Oé busca respuestas a su vida en la literatura. Siempre había sido un joven retraido, pero esto se hizo más intenso con el nacimiento de su hijo, que padece hidrocefalia. A partir de ahí todos sus títulos son vueltas sobre el mismo tema: la figura del hijo omnipresente gravita en torno a su obra. Y todo son preguntas: su responsabilidad, qué debe hacer, qué puede hacer…
En 2000 se publica en Japón Renacimiento, primer título de una trilogía que seguirá editando Seix Barral. No es gratuito decir que ha supuesto el renacimiento literario del
autor. Aquí en España lo será también.
La novela es, ante todo, una reflexión en torno al proceso creativo y a sus mecanismos. El protagonista es Kogito, alter ego reconocido y reconocible del propio autor, transcripción del “Cogito” descartiano. Junto a él aparecen: Chikashi, su mujer, con la que tiene una relación basada en el respeto, pero alejada de la pasión o de casi cualquier
otra emoción, y Akari, su hijo, con problemas que no se especifican. Pero el motor de la trama, el antagonista, es Goro, el cuñado de Kogito, famoso director de cine en Japón
y en Occidente. Se trata del también cuñado de Oé, Juzo Itami: actor y director muy famoso en Japón, y de culto en otros lugares del mundo.
La trama arranca con el suicidio repentino de Goro, al parecer provocado por una campaña de ciertos medios de comunicación que le acusan de haber estado con una mujer mucho más joven que él, durante una estancia en Alemania. Para no perjudicar a su mujer, a su familia ni a su honor, decide poner fin a su vida. Poco antes había enviado a Kogito un magnetofón y varias cintas, con las que pretende establecer un diálogo desde el más allá. Kogito se obsesiona con las cintas, con las que habla como si fueran el propio Goro. Dialogan de sus obras y, a través de sus obras, de sus vidas.
Recuerdan algunas de sus lecturas compartidas durante sus años de formación: Kafka, Rimbaud o el mismo Sade, de quien asumen su tono disgresivo: “Sade no cristaliza su obra. Muchas de sus obras son instrumentos de comprensión.” Lo mismo que ha estado ocurriendo con muchas obras de Oé. Kogito recordaba también que él, durante muchos años, “pretendía seguir siendo escritor pero, en realidad, nada le vinculaba ya con las personas que vivían en la república de las letras.” Finalmente es el propio Goro, quien a través del magnetofón, le dice lo que todos pensábamos: “De lo que tienes que darte cuenta es de que cuando publiques la obra que estás escribiendo ahora, los lectores que vayan a la librería estarán buscando alguna novela interesante y no sólo tu última obra.” Entre Kogito y las cintas también aparece Chikashi. Es ella quien da con la solución: “Es obvio que ni a mí, ni tampoco a ti, nos queda ya mucho tiempo, de modo que vamos a vivir sin mentiras y escribamos las cosas tal y como son.” También Goro opone el proceso de reelaboración del texto a la verdad y a la naturalidad. Él lo llama la “voluntad de insistir en que el que ha hecho la nueva obra es Kogito Choko.”
En el último capítulo Goro reconoce que está viviendo (las cintas las ha grabado durante su romance en Alemania) su mejor obra, su mejor experiencia: ”Es el mundo del sexo,
abierto y sano.” Goro siempre ha sido, desde muy joven, la vitalidad, mientras que Kogito es la razón. Su propia esposa lo consideraba “alguien que lee libros”, y que terminaría trabajando como “alguien que lee libros”. También pensaba que “alguien que lee libros” carecía de madurez. Es el propio Kenzaburo Oé quien piensa así, quien hurga en los rincones de su propia existencia, para encontrar la razón que le impulsó alguna vez a ser, a escribir, de otra manera. Renacimiento es esa otra manera de ser, o de escribir. Con Renacimiento asistimos a la plenitud creadora y vital de Kenzaburo Oé, el mejor escritor japonés vivo.