Alfonso López Alfonso: Camino de vuelta
Ediciones Trabe, Oviedo, 2008
En Camino de vuelta Alfonso López Alfonso mira atrás y nos cuenta «con ironía y melancolía, las gentes, las cosas, los rumbos y los tumbos que le han hecho llegar a ser el que es». Se trata de un libro de memorias escritas cuando el recuerdo todavía está vivo y los personajes, los hechos, los libros, las casas y las cosas tienen aún un fulgor vívido y cálido. El autor, con treinta años solamente, nos ofrece una obra más propia de una madurez nostálgica que de una juventud vibrante, y nos cuenta en catorce capítulos la historia del lugar donde nació, donde transcurrió su niñez, donde fue feliz y donde descubrió el amor y la muerte. Moncóu: un lugar real, donde todo lo que ocurre es verdadero, nada es mítico, fantástico, sobrenatural. Camino de vuelta puede leerse como una novela, a veces como un poema en prosa, siempre con una emoción honda. Sorprende la sencillez franciscana con que cuenta la historia. Nada más comenzar a leer el libro ya empezamos a sentir algo misterioso que se va adentrando dentro de uno y que a veces le ahoga, a veces le llena de ternura, siempre le conmueve.
Crónica personal y también familiar, Camino de vuelta viene ilustrado con unas viejas fotografías que el tiempo ha podido poner amarillas, como dijo Miguel Hermández (que es uno de los autores que, junto a Antonio Machado —otro poeta del camino— abren el libro con dos citas), pero que la prosa de López Alfonso ha iluminado y ha dejado vivas para siempre.
Camino de vuelta es un libro breve, sustancioso, desprovisto de toda ornamentación, sin héroes, poblado de gente de carne y hueso, un libro escrito en voz baja, con una voz íntima que al final resuena como un poema sinfónico; un libro que nos descubre Moncóu, que hace de esa diminuta aldea asturiana un lugar «literario» y un lugar en el corazón; un libro en que el autor descansa en las curvas del camino, se sienta a la sombra de los árboles y bebe agua del pozo de la vida; un documento preciso y precioso. Las páginas pasan como un arroyo de agua clara y, al llegar a la última, nos dejan un sabor de heno, de piedra y de melancolía.
Camino de vuelta se cierra con un epílogo de Xuan Bello, el maestro de Paniceiros, que tanto sabe de pueblos y de gentes.
Hilario Barrero