Encontrarse con un libro que es hermoso: mirarlo, echarle un primer vistazo que te atrapa o no (un nombre, una portada), tomarlo entre tus manos, olerlo incluso. Todos estos pasos han ido surgiendo con estos libros que ahora os muestro. No es fácil, pero cuando ocurre es un milagro, y un milagro que ocurre muchas veces. La belleza estética de un libro te ayuda a sumergirte entre sus páginas, esperando sentir emociones duraderas, verdaderas: esperando hacerse un hueco en tu memoria. Tomo estos versos del poema “Libro”, del más reciente de estos libros de poemas: Mella y criba, de la fantástica poeta uruguaya, discípula de José Bergamín y maestra de tantos, Ida Vitale, publicado por la valenciana editorial Pre-textos en octubre de este año pasado.
Aunque nadie te busque ya, te busco.
Una frase fugaz y cobro glorias
de ayer para los días taciturnos,
en lengua de imprevistas profusiones.
“Aunque nadie te busque ya, te busco.” Ida Vitale es un secreto que pide ser repetido pausadamente, y que hace mejor a quien ya lo conoce. Yo también busco esa frase fugaz que me ayudará a conocer mejor a quien la lee. Y este ha sido un buen año para ello. Con unas posibilidades enormes de leer y releer en los días taciturnos que siempre me acompañan.
Me gustaría pensar que algún día serán muchos los lectores de Ida Vitale, y también que serán tantos los lectores de Clara Janés, de quien este año la editorial Vaso Roto ha publicado, también en una edición magnífica, Poesía erótica y amorosa. Quien busque una pasión reflexiva (no sé si estos términos juntos pueden sonar contradictorios), que se acerque a este volumen que reúne sus tres poemarios: Kampa, Eros y Creciente fértil. Quien busque sólo pasión, la encontrará también en estos versos. Clara Janés nos demuestra que llegando a la cincuentena (Kampa está fechado en 1986) y superándola ampliamente se puede escribir más y mejor del amor. ¿Había alguien que lo dudara? El libro Kampa, que dedica al poeta checo Vladimir Holan, es una de las cumbres de la poesía amorosa castellana del último cuarto de siglo.
Me he despertado de pronto,
tú me estabas gritando enfurecido
destrozabas la noche,
rompías en pedazos la materia.
He comprendido entonces
tu obsesión
por las manos manchadas de sangre.
También yo mataría,
incluso a ti:
me haces soñar sin tregua,
no me dejas morir.
La muerte y el amor van unidas como si fueran una misma cosa. No es original, claro: ya lo sé. Eros y thanatos. La muerte y el amor también caminan unidas de la mano de la poesía de Miguel Ángel Velasco, en este año triste de su fallecimiento. No es el mejor de sus libros, pero sí uno de los libros mejores, Ánima de cañón, publicado en la sevillana editorial Renacimiento. El libro es la vida: estos últimos años Miguel Ángel Velasco sabía que pronto iba a morir. Y la vitalidad contagiosa de El sermón de la savia (Lucina, 1998) o La miel salvaje (Visor, 2003) se vuelve aquí presagio de otro tiempo y memoria de los que fueron días de dicha.
La mirada se nubla
de añoranza, y recuerdo
esa apretada piña
que fuimos con la dicha, la hermandad
en la pelada roca, aquella noche
de San Lorenzo; (…)
Se encapotó; refresca; la compaña
me falta, y el tapete
de la noche se rasga, raso negro,
con el siete del rayo.
Es difícil traducir poesía, pero hay libros que parece que siempre nos han acompañado, que siempre han convivido con nosotros. Siempre hemos pensado que conocíamos la obra de William Butler Yeats y, sin embargo, sólo teníamos fragmentos de su universo único: alguna antología más o menos completa y algunas ediciones de algunos de sus libros. Pero tener entre las manos Poesía reunida, editado por Pre-textos y traducido por Antonio Rivero Taravillo es un regalo inmenso que nos hace este tiempo, y que sitúa al autor definitivamente en su sitio como uno de los más grandes de esa primera mitad del siglo XX inglés, que tanto influyó en la poesía moderna en nuestra lengua. Uno de mis poemas favoritos es “Un aviador irlandés prevé su muerte”. Copio algunos de sus versos:
No me obligó a luchar deber ni ley,
ni hombres públicos ni encendidas masas;
un solitario afán de plenitud
llevó a este fragor entre las nubes:
todo lo sopesé, recordé todo,
los años venideros parecían
un gasto de saliva en balde, un gasto
de saliva en balde los años idos
al lado de esta vida, de esta muerte.
“Un solitario afán de plenitud.” Reconozco en estas palabras algunos de los motivos que me llevan a buscar entre los libros de poesía. No sólo de poesía, pero sí esencialmente entre ellos. Uno no cesa de encontrarse sorpresas. Y un autor que antes de este año ni conocía es el sueco Tomas Tranströmer. Ahora, gracias a El cielo a medio hacer, editado por Nórdica y traducido por Roberto Mascaró, entrará a formar parte de mi vida. No sé si es bueno sentirse tan acompañado. Cuando algunos de mis alumnos comienzan a interesarse por la poesía por mis clases o por mis comentarios, siempre acabo pidiéndoles perdón. Yo sí pienso que la poesía nos hace mejores, pero a qué precio: el precio de conocerse más y mejor a sí mismo. No todos estamos preparados para eso: Leer es escribir el libro de tu vida. Escribir es ir dejando que otro ocupe tu sitio. Una lucha en la que, lo sabemos de antemano, siempre perdemos algo de nosotros mismos.
Fantástico sentir cómo el poema crece
mientras voy encogiéndome.
Crece, ocupa mi lugar.
Me desplaza.
Me arroja al nido.
El poema está listo.
Tranströmer sufrió un derrame cerebral en 1990. Desde entonces no puede hablar, pero no deja de escribir. Magníficos los fragmentos de Visión de la memoria, que publicó en 1996. No sé qué significa ser un “poeta internacional”, supongo que ser traducido y valorado en otros países, en otras lenguas; pero sí sé, en cambio, que ya ha pasado a formar parte de mi vida.
Para mí siempre es una agradable noticia leer algo nuevo de Luis Alberto de Cuenca. Este año ha publicado El reino blanco, en la editorial Visor, y no me ha defraudado. No suele hacerlo. Y su voz, que siempre es agradable, te reconcilia con lo mejor de la vida. No todas sus series me interesan tanto. Por ejemplo, el “Tríptico de Foxá”, que se enmarca en el deseo de recuperar al poeta conservador, no será nunca de mis favoritos. Pero son tres poemas entre ciento sesenta páginas llenas de humor, amor y sabiduría: de buen hacer literario del que ya es, hace tiempo, uno de los poetas más interesantes de nuestro tiempo. Cada uno de sus poemas es una historia que, muchas veces, nos hace sonreír. Todo el saber del mundo clásico, de la mejor literatura de género, de los tebeos, al servicio de una obra que camina sin desmayo, y que va dejando dignísimos seguidores. Algunos de sus haikus son ciertamente hermosos:
TEMPUS NON FUGIT
Reloj de arena.
Me subo a la cintura
y el tiempo cesa.
No conocía la obra de Julieta Valero, pero ha sido una de las gratas sorpresas que me ha deparado el año, merced a la publicación en DVD Ediciones de su poemario Autoría. Tendré que ponerme al día con sus libros anteriores porque, acercándose a estos versos, o versículos, uno descubre la intención de que sus palabras transciendan a su tiempo, aunque lo hagan desde él, sumidas en el abismo del hoy que vivimos. Lenguaje actual y preciso para explicar la realidad que la rodea, que nos rodea.
Asumirse como océano donde pueden acontecer grandes olas
y bancos de peces en realidad muy solitarios.
El verde más sobrenatural lo perderá todo porque en definitiva el Sol es quien manda.
El ejercicio de la libertad no existe pero habrá que disimular
—un hallazgo que a menudo sucede en la compra, en el baño—.
Lo posible es entonces manejar el volumen o tiempo que convienen la exposición, el esponjado, la séptima dermis.
La resaca, por ejemplo, desviste la conciencia
y acontecen cosas así:
Desde mi ventana el vuelo del primer polen permite anticipar abril
y germino en la falda o infelicidad de esa mujer que carga niña, periódico, domingo.
Luego subo al tren que toda calle propone hacia el pasado
y concluyo que la desgracia fue siempre el descrédito del amor (…)
Hace años que sigo a Martín López Vega y siempre lo había valorado más como prosista (recuerdo sus Cartas portuguesas y Los desvanes del mundo) y como lector (sus reseñas son siempre valientes y, muy a menudo, acertadas) que como poeta. Pero con sus últimos libros me he ido rindiendo a la evidencia de que es una de las voces más interesantes de estos años. Cuando cayó en mis manos su Adulto extranjero, publicado en DVD Ediciones, hay algo más que todo eso: sus poemas de largo aliento son impresionantes. Desde el que inicia el libro (“Alfama”), un diálogo consigo mismo acompañado de algunas de sus lecturas de siempre por las calles del barrio lisboeta, logra engancharnos a ese mundo que no se sabe si es feliz o si lo es menos, pero que siempre nos llena de emoción. Reflexiones profundas sobre la literatura y la vida de un poeta viajero y, sin embargo, apegado a su tierra, a sus ancestros, que cada vez que empieza a sentirse bien en algún sitio no puede evitar saberse extranjero. Quizá también en su tierra y en su propia obra.
Pasan los días desleídos como imágenes
de un mal catálogo: los frutos, los gestos, las nubes,
todos son los mismos de los grandes maestros,
pero sin su luz, sin su color, sin su luz, sin su luz…
La espera, dijo Simona, es una forma de atención,
así que te fías y miras alrededor:
unas muchachas que hablan y fuman y ríen
y beben spriz; las impares columnas de la catedral;
los libros recién comprados sobre la mesa…
Pero sabemos cómo es el día perfecto:
el día perfecto es buscar cicatrices.
Cualquiera de estos libros es el que más me ha interesado. Más que los de prosa y pensamiento. Quizá sea porque son prosa y pensamiento. No concibo el mundo sin poesía. Y aún queda demasiado para leer, muchos “libros recién comprados sobre la mesa…” Pero este año hay uno que, desde que salió y entró en mi vida, no ha dejado de acompañarme ni dejará de hacerlo. Se trata de Del lado del amor, la poesía reunida de Juan Antonio González Iglesias, que ha salido en Visor. Es la oportunidad para que cualquier lector que se haya dejado atrás algunos de sus libros anteriores (La hermosura del héroe, Esto es mi cuerpo, Un ángulo me basta, Olímpicas y Eros es más), los recupere. Quien ya los tenga todos, que sepa que hay un sexto libro inédito, Selva de fábula. No hay excusa. Su poesía aúna la más sabia tradición clásica, (él es también un gran conocedor de la literatura griega y latina), con las últimas corrientes que interesan. En sus libros siempre está alineado “del lado del amor”, celebrando la auténtica belleza de cualquier manera que esta pueda presentársele. Siempre atento a lo bello, nos hace encontrarnos muy a gusto entre sus versos que fluyen cargados de referencias literarias y no tan literarias. Lejos de ser el clásico poeta encerrado en su torre de marfil, se sumerge entre los iconos de lo que se ha dado en llamar mainstrean que adopta y hace suyos y eleva a la categoría de poesía. Siempre uniendo vida y poesía.
Esto es mi cuerpo. Aquí
coinciden el lenguaje y el amor.
La suma de las líneas
que he escrito ha dibujado
no mi rostro, sino algo más humilde:
mi cuerpo. Esto que tocas es mi cuerpo.
Otro lo dijo
mejor. Esto que tocas
no es un libro, es un hombre.
Yo añado que esto que te toca ahora
es un hombre.
Soy yo, porque no hay
ni una sola sílaba que esté libre de amor,
no hay ni una sola sílaba
que no sea un centímetro
cuadrado de mi piel.
En el poema soy acariciable
no menos que en la noche, cuando tiendo
mi sueño paralelo al sueño que amo.
Siempre uniendo vida y poesía. Lectura de libros que irán dejando algo en mí y, al mismo tiempo, haciendo que me desprenda de una parte de la vida. Esto es mi cuerpo: un solitario afán de plenitud.
Rafael Suárez Plácido