Joe Brainard
Me acuerdo
Sexto Piso, Madrid, 2009
Aquel que escribe, haciendo relación a sus memorias: «Me acuerdo de arco iris que me defraudaron» nos puede llevar a deducir, como lectores, varias cosas: que se trata de un hombre sensible por cuanto, al parecer, no solo repara, al mirar, en lo que existe abajo, sino también en aquello que está más arriba, esto es, a las nubes, al cielo y sus colores, a los significados del cielo… Y es que el mirar implica el hacerlo no solo hacia fuera, sino también hacia adentro. Otra cosa que podemos deducir de quien escribe así es que tiene una mirada con un sentido muy gráfico, muy plástico y representativo. Mira en imágenes, quizá por ello no en vano la ocupación de nuestro inteligente autor fue el mundo de lo gráfico: la pintura, las instalaciones artísticas… A la vez, quien lea esa frase-sentencia-aforismo ha de reparar, necesariamente, que es un hombre que piensa, por cuanto un color o una imagen la transforma en una emoción. A buen seguro que es un hombre introspectivo, inteligente sin duda, y que para él la imagen es una representación que evoca o sugiere un pensamiento. Es, pues, o pudiera ser, un filósofo de la vida.
Desde luego, amigo lector, estamos ante un escritor extraordinariamente original y, ya podrás comprobar, con un fino sentido del humor. Original por cuanto a él se debe la fórmula —luego imitada por un genio de la originalidad y de la literatura llamado Goerge Perec— para hacernos llegar su propia biografía. Y pensada así, en frases cortas pero llenas de contenido, en imágenes o pensamientos breves que, unidos entre sí (al modo como pudiera construirse una instalación artística) dan lugar a una imagen mayor que vendrá a ser su propia vida. Resalta su ironía porque piensa las cosas en clave de humor, es decir, relativizando su realidad o significación: «Me acuerdo de imaginarme que estaba en la cárcel, a lo anacoreta en mi celda, escribiendo a mano una gran novela de muchas páginas». O bien: «Me acuerdo de fantasear con ser un tipo con mucho estilo para vestir», a lo que añade, al poco: «Me acuerdo de (lo estoy viviendo) calcetines en el suelo, tirados por ahí después de usados. Parecían estar tan a gusto siempre».
He aquí unas memorias (o, para algunos, tal vez, antimemorias, acaso la única formula asequible al hombre para que estas sean auténticamente verdaderas) que nos acercan no ya al representado, sino que tienen la capacidad de retrotraernos a nosotros, lectores, a nuestra propia experiencia vital, algo que, como lectores, en ocasiones pudiera llegar a confundirnos, pero también es posible que nos arranque una sonrisa.
En fin, así soy y así somos, parece decirnos. Y él, a juzgar por el texto, tiene autoridad suficiente para decírnoslo, por cuanto es fácil deducir, al menos, una verdad en lo que nos cuenta: «Me acuerdo de deshojar la margarita». A partir de aquí comienza el espejo, nuestra propia memoria.
Ricardo Martínez