Ricardo Martínez Conde
Lo pasajero llama a la muerte. Lo misterioso es hasta qué punto ese pensamiento de consumición se asemeja a un pensamiento de consumación. La tristeza como belleza. No es todo, pues, tragedia y derrota. Algo hay de una épica soñadora que seduce. ¿Será esa parte de la muerte de la que ha derivado la Religión?
La repetición constituye un verdadero clamor: se repite la vida paso a paso, de uno a otro, de una generación a otra. Se repite cien veces el mismo gesto a lo largo del día y se repite lo ya contado con nueva fruición. Se repite el instinto de amor e incluso lo amado. Se repite la muerte y pocos parecen advertirlo como el argumento principal.
La tristeza es algo más extenso que lo Otros. La tristeza alude al «ser» de la vida. Es un sentimiento elemental y verdadero cuya argumentación, por tal razón, es difícil de desarrollar. Alude a lo real y a lo no real; alude al espacio y al tiempo. Es un sentimiento trágico, hermoso, conmovedor. Alude a la soledad y al Otro. Y es tan de sí que apenas se conoce; solo aporta secretos.
Los libros corroboran mi ascendencia y descendencia, mi alegría y dolor, mis muertes y mis sueños. Cada libro ha vivido ya de mí y yo de él, por eso el tenerles cerca reafirma mi ser. Es cierto, no se puede ser de muchos a la vez (en buena ley, se es, al fin, de sí propio únicamente), salvo de los libros: ellos distinguen sin rencor su pertenencia hacia mí, su lector, y a la vez han hecho de mí una parte de su vida. Nuestra familiaridad es densa, incruenta, nostálgica. A estas alturas ya no podríamos separarnos.
¿Saciado? ¿de qué? ¿de quién? La saciedad es el final, y acusa el final con fruición para que sea tal. Siempre, no obstante, aún en el último momento, la memoria aguarda con su oculta voluntad de protagonismo. Cada uno lo sabe: a la postre tal vez sea la memoria lo que más se parece al final.
El héroe populista de ayer, el avivador de masas, el genocida, ha caído. Su figura es de una tosca soledad viéndole ahora sentado ante el tribunal que le ha de juzgar. Trata de vivir con altanería y un cierto desprecio el momento, pero tal actitud no hace sino ahondar la vergüenza de su soledad; y concitar, a la vez, en su manida figura, la eterna pregunta: ¿es la guerra y su brutal memoria asociable a la única voluntad de un hombre? ¿Qué hacían, por qué le obedecieron tantos otros hombres que mataron y, a su vez, fueron muertos? ¿Para quién? ¿para qué? Las mujeres, en su paisaje herido, llevan en la mirada el velo de la tristeza; los niños nunca crecerán libres del todo.
La evocación del mar que hace Elio Vittorini es verdadera. Le creo porque escribe, a bordo del viejo vapor algo panzudo: «… avanzaremos infinitamente con la misma lentitud, con esta serena verdad de vida…» Un recuerdo imperecedero para mí es que el mar se siente como algo propio e inseparable. (Siempre que lo he necesitado me han acogido: la playa, la noche, la atención del mar…) El fundamento de la creencia y la Mitología, están ahí, me digo.
Siempre se vive contemplando, trasladando o no el amor hacia aquello que se observa y se piensa. Es una larga ocupación que dura toda la vida.
—Una luz calma y densa, de misterio, ha anegado la tarde. El silencio es tan propio que asusta. Ha sonado un trueno lejanísimo, casi esperado en esta atmósfera acuciante. (¿Y mi libertad?)
La Poesía es el texto del solitario. En él caben todos los registros de la emoción humana, incluida la inteligencia que los dicte. La soledad, entonces, es el origen de todo. Cada uno de nosotros lo sabe, y huye.
«El mundo es un teatro —ha escrito Wilde— pero el reparto de la obra es malo». ¿Y cuál es nuestro papel en esa obra tan falsamente sencilla en su argumento? Aun más, ¿vivimos de verdad el papel que representamos?
Se aproxima el fin de año. El Tiempo —el Argumento— sigue siendo el mismo. La celebración es cosa nuestra, para disimular el miedo.
Los santos de piedra fingen indiferencia ante los jóvenes que golpean la pelota contra su rostro. Su seriedad guarda el sentido del tiempo; ellos —los jóvenes— incuban la destrucción.
Mi padre será siempre una parte de mi vida, a pesar de su vida. Mi padre será siempre un recuerdo de mi vida, a pesar de su muerte.
El Norte no solo es un reclamo físico, un lugar en el paisaje; también es una llamada. El hombre del norte que yo deseo ser reclama la luz marina que distingue, el lugar de añoranza e imaginación donde habita el silencio antiguo. ■ ■