Marciano de Hervás
Las raíces judías de la Lozana andaluza están fuera de toda duda. No faltan pasajes en el texto de Francisco Delicado que lo rubrican. Aldonza-Alaroza nace en la Peña de Martos, en seno de una familia de abolengo judío, vive en la Roma pagana como la Lozana (no es casual la conversión de Aldonza por Lozana antes de abandonar España), y recobra su identidad judía en la tercera edad como la Vellida, en compañía de su esposo Rampín, también cristiano nuevo. Desmadejemos la trama.
El autor del Retrato de la Lozana andaluza expone en el Argumento la regla de oro que ha de seguir la novela picaresca: «Decirse ha primero la cibdad, patria y linaje». Fiel a la norma, Francisco Delicado nos refiere la patria de la protagonista: «La señora Lozana fue natural compatriota de Séneca». Su patria, pues, era la diócesis de Córdoba. Las posibles dudas se despejan en la lámina «La Peña de Martos», la heredad donde nació, que recoge la edición de Venecia, de 1528, a la que hemos tenido acceso por la Biblioteca Virtual «Miguel de Cervantes», además de las ediciones de Claude Allaigre (Cátedra) y Bruno M. Damiani (Castalia). La lámina refleja las identidades de Marco Enneo Séneca (4 a. C.-65), Lucio Anneo Lucano (39-65) y Avicena. Pero el galeno Avicena, latinización de Abu-Ali Ibn Sena, no era cordobés, sino persa. No obstante, Delicado le consideró su conterráneo porque en el oficio de los afeites Lozana fue «entre las otras como Avicena entre los médicos» (Mamotreto V).
Sin embargo, el vicario de Cabezuela del Valle (Cáceres) incumplió el precepto de revelarnos el linaje judío de la Lozana. La protagonista tomó el apellido y alcurnia de su lugar de nacimiento, por ser costumbre de aquellos tiempos, como Lázaro de Tormes y Guzmán de Alfarache. A diferencia de estos dos pícaros, Delicado no nos revela la estirpe de la Lozana. Incluso juega al despiste con su presunto linaje árabe. En el Explicit, Delicado nos dice que la ha llamado Lozana porque «comprehende su nombre primero Aldonza, o Alaroza en lengua arábica». Sugiere que la Aldonza niña ejerció entre los pucheros andaluces como la morisca Alaroza. No escatima datos. En las moriscas levantinas tuvo Lozana a sus mejores maestras. «Las moras de Levante me vezaron [enseñaron] engañar bobas» (M. XVI). Rezaba los conjuros y hechicerías en «algarabía» (M. LIV). Y en Roma, en casa de la conversa Napolitana, acudían «moros y judíos que, si os conocen [a Lozana] todos os ayudarán» (M. XI). Conocer lo aplicó Delicado en sentido bíblico.
Por amor a su abuela materna la llamaron Aldonza. Su abuela Aldonza le enseñó a guisar «fideos, empanadillas, alcuzcuzu con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde». También cocinaba «cazuelas moriscas», «holla reposada» o adafina judía, nuégados, platos con berenjenas y hormigos torcidos en aceite (M. II). La dietética judeo-árabe estaba presente en la cocina de Aldonza. Delicado pinceló los niveles de convivencia —otros historiadores prefieren denominarlo coexistencia— entre las comunidades judía y musulmana en la España de los Reyes Católicos, previo al edicto de expulsión de 1492.
Incidiendo en su linaje andaluz, sus abuelos tenían relaciones con traperos de la calle de la Feria de Sevilla, profesión que desarrollaron los judíos. La madre está presente en el recuerdo de Lozana. Lozana platicó conforme al «sonido de mis orejas, qu´es la lengua materna». La lengua de picaresca. Su madre practicó el oficio de «solicitadora perfecta e prenosticada futura» y enseñó a la hija en las labores del «tejer, el cual oficio no se le dio ansí como el urdir y tramar». Su mejor dote fue el saber tramar y una añora con su huerto, aparte de su «limpieza (dejemos estar hermosura)», referido en sentido irónico a la falta de cristianía en su linaje (M. II).
Conforme avanza el Retrato, Delicado sugiere entre renglones el linaje judío de Lozana. Su parentado materno se derramaba por Castilla donde vivía un tío. También por la Andalucía cristiana, como Alcalá la Real, Baena, Luque y Peña de Martos. Y el imperio otomano, «si de Turquía, mejor», destino de la diáspora hebrea española (M. V). A la edad de once años, Aldonza visitó en Torredonjimeno (Jaén) a una entenada asimilada en las costumbres del cristianismo. «Allí fueron los primeros grañones que comió con huesos de tocino», nos dirá (M. VI). Mientras estuvo bajo tutela materna, Aldonza mantenía, cuando las circunstancias se lo permitían, la dietética alimentaria hebrea. Lo que no significaba que fuese practicante religiosa.
En Roma era vox populi el linaje hebreo de Lozana. «Es parienta del Ropero, conterránea de Séneca, Lucano, Marcial y Avicena», referirá un caballero a un embajador napolitano (M. XXXVI). Delicado estableció sutiles diferencias entre parienta y conterránea. Consideraba conterráneos de Lozana (en este punto se fusionaron protagonista y autor) a Séneca y Lucano, nacidos en la tierra cordobesa, al árabe Avicena, por los gajes de la medicina, y al romano Marcial, por lo que tocaba al género satírico del Retrato. Pero al Ropero, al popular Ropero de Córdoba, le dignificó como pariente. Lozana tenía parientes en Montoro (M. V). El poeta satírico Antón de Montoro (Montoro, c. 1400-Córdoba, 1477) era cristiano nuevo proveniente del judaísmo. Lozana era, por tanto, de linaje judío. Lozana era consciente de su abolengo. De su alcurnia hebrea. «Quizá la sangre os tira», le confesó la conversa Napolitana (M. XI). Nunca renegará de la prosapia hebrea de sus ancestros: «En dinero y en riquezas me pueden llevar, mas no en linaje ni en sangre», expresó Lozana al vagabundo Sagüeso (M. LII).
Pero Lozana no era judía sino cristiana nueva. No sabemos si de primera o de segunda generación. Conviene establecer diferencias entre judía y cristiana nueva, como diferenciamos la clara de la yema del huevo. En el Retrato desfilan Mira, la judía de Murcia, Engracia, Perla, Camila, Rosa, Cufa, Cintia y Alfarutia, judías españolas que no habían abandonado la fe de sus padres. Usaban su prosapia hebrea. En cambio, la viuda Sevillana, Beatriz de Baeza, Marina Hernández y Teresa de Córdoba eran judías convertidas al cristianismo. Cristianas nuevas de primera generación que habían borrado su progenie hebrea. Y decimos esto porque cuando la conversa Beatriz de Baeza replicó a Lozana que estaba en Roma «desde el año que se puso la Inquisición» (M. IX) se refería a 1481, fecha del primer procesamiento de fe, efectuado precisamente en Sevilla. Y no a 1492, como proponen Bruno M. Damiani, Claude Allaigre y Giovanni Allegra, entre otros. La Inquisición española no perseguía a judíos, sino a cristianos nuevos sospechosos de judaísmo. En Córdoba y Jaén se acomodaron tribunales inquisitoriales en 1483. Andrés Bernáldez, en su Crónica de los Señores Reyes Católicos, historió que la primera oleada de andaluces conversos fugitivos de la Inquisición se acomodó, entre otros lugares, en Roma, donde fueron absueltos por el Papa del delito de herejía. Y si acaso se refirió Delicado a la fecha del edicto de expulsión, como proponen los mencionados autores, cabe aducir que, el 1 de enero de 1483, los inquisidores ordenaron la expulsión generalizada de los judíos del arzobispado de Sevilla y de Córdoba. Tres de las cuatro conversas afincadas en Pozo Blanco provenían de la Andalucía cristiana. Por consiguiente, la fecha sugerida por la conversa Beatriz de Baeza era 1481. Y si se refería a la expulsión de 1483.
Buena parte de los cinco o seis mil españoles que vivían en Roma eran de linaje judío. El papa Alejandro VI les acogió a todos sin excepción en sus Estados Pontificios. A judíos, conversos y cristianos. La lavandera, cuya identidad cultural desconocemos, y la prostituta Divicia se instalaron en Roma cuando acaeció el mal de Francia, en 1488 (M. XII y LIII). Delicado retrató tres movimientos migratorios españoles: la expatriación voluntaria de los cristianos nuevos andaluces en 1481, pincelados en el colectivo social de la viuda Sevillana; la expulsión de los judíos de Castilla en 1492, representados por el grupo de Mira, la judía de Murcia; y el contingente cristiano afincado a caballo de las centurias xv y xvi, como la lavandera y la ramera Divicia.
Judías y cristianas nuevas vivían en su mayor parte en Pozo Blanco. Un barrio de emigrantes españoles. En Pozo Blanco vivía el pícaro Rampín, esposo de Lozana, cristiano nuevo proveniente de las comunidades de Castilla. Pero Rampín, al contrario que Lozana, no soportaba el fingimiento de la conversión. Por ello vomitará la ingesta de carne porcina: «Ve d´aquí, oh cuerpo de Dios, con quien te bautizó, que no te ahogó por grande que fueras», le reprendió Falillo (M. XXXIV).
El otro truhán, Trigo, es retratado como pariente judío de Rampín. Trigo moraba en la judería romana, derramada entre el Puente de San Ángelo y el puente Quattro Capi. Los judíos romanos estaban obligados por ley a llevar un distintivo visible en el exterior de la ropa para diferenciarlos de los cristianos. «Aquellos que llevan aquella señal colorada», informará Beatriz de Baeza a Lozana (M. IX). Pero el judío Trigo no lo llevaba. Estaba exento. Sobre este punto, Delicado cometió un desliz histórico. Los judíos romanos llevaban el distintivo amarillo y los de Venecia el rojo. Es de suponer que cuando Delicado se trasladó a Venecia y efectuó la corrección del texto, en 1528, se dejó influir por la rodela amarilla que vio a los judíos venecianos del gueto de San Girolamo. El dato está documentado en The History of the Jews in Italy, de Cecil Roth (1946), cuyo texto consultó Bruno M. Damiani, pero no percibió el anacronismo de Delicado.
El judío Trigo tampoco era practicante. Lozana, Rampín y Trigo no practicaban la fe mosaica, si bien preservaban en el lenguaje coloquial remanentes de la cultura hebrea. La visión de Dios en el judaísmo es monoteísta. Su unicidad, el Dío, es absoluta. No encierra ninguna pluralidad politeísta. No cabe, pues, en el discurso el uso del étimo Dios. De ello eran conscientes Trigo y Rampín, más no Lozana. Estando Rampín y Lozana en la judería romana ésta mencionará el oro para atraer la atención de Trigo. A lo que Trigo replicará: «Ya no me puede faltar el Dío, pues que de oro habló» (M. XVI). Igualmente usaba del mismo convencionalismo hebreo su pariente Rampín. Estando con Lozana en su casa, llaman a la puerta, respondiendo Rampín: «Trigo es, por vida del Dío» (M. XXII). ¿Se trataba del mismo Dío al que se refirió Don Quijote cuando anunció: «Por un solo Dios, señor mío, que non se me faga tal desaguisado» (capítulo XX; también en LV y LXXI)? Mayor duda albergamos en el uso de la expresión: «Por el paraíso de quien acá os dejó», pronunciada por la cristiana nueva Teresa y Lozana. Alusión judía a Cristo, según Bruno M. Damiani.
Ni eran los únicos modismos hebreos que circulaban por las casas de la comunidad neoconversa de Pozo Blanco. Como subrayó Claude Allaigre, la bendición ritual de los hijos hebreos estaba presente en el Retrato. La cristiana nueva Sevillana apeló a «aquel Criador que tal crió», complementado con el formulismo que «la bendición de vuestros pasados os venga» (M. VI). También evidenciado en la Lozana: «Que veáis nietos d´ellos» (M. XI). Pero la Lozana no era amiga de iglesias. En pascua cristiana iba a las estaciones y visitaba las iglesias parroquiales por obra de fingimiento. No por devoción de fe. Era una asimilada que renegaba de las prácticas culturales cristianas. Y del culto mosaico. Yendo a la judería romana en busca de Rampín encontró a la comunidad judía española celebrando la pascua de Pésaj. «Mala pascua les dé Dios», replicó Lozana (M. XXXIII). Lozana se mostró como un ser descreído. No tenía otro Dios que el amor. Roma vuelto del revés.
Estando en el zaguán de la tercera edad, la Lozana abandonará la vida putesca de Roma: «ya estoy harta de meter barboquejos a putas». La Lozana abandonará el árbol de la locura en el que todos los romanos andaban atareados en tomar ramos de vanidad. La putesca Lozana quiere tornar Roma por el verdadero amor: por «el principio de la sapiencia, que es temer al Señor, y la que alcanza esta sapiencia o inteligencia es más preciosa que ningún diamante». Consciente de su vida disipada, la Lozana se retirará a la isla de los condenados, a la ínsula de Lípari (M. LXVI). «Allí será el paraíso que soñastes», le dirá Rampín. Como obra de conversión a la nueva vida, «mudaréme yo el nombre y diréme la Vellida». La Lozana «gozó de tres nombres, en España, Aldonza, y en Roma, la Lozana, y en Lípari, la Vellida». Como revelará Delicado en su Explicit, «Vellida y Alaroza y Aldonza particularmente demuestran cosa garrida o hermosa, y Lozana generalmente lozanía, hermosura, lindeza, fresqueza y belleza». Claude Allaigre ha vinculado el patronímico Vellida con vello, y con el juego paronímico «vello-viejo», generalizado en el siglo de Oro por influencias del portugués «velho». Empero, Vellida era nombre de uso común entre las judías españolas.
Delicado ocultó este aspecto en el Retrato. No olvidemos que el valor del discurso de Lozana reside más por lo calla que por lo que dice: «Quise retraer munchas cosas retrayendo una, y retraje lo que vi que se devria retraer… y por eso verná en fábula muncho más sabia la Lozana que no mostraba». En ciertos temas como el del judaísmo, y más en un clérigo de ascendente hebraico —en nuestra opinión Delicado era converso de primera o segunda generación, como la Lozana—, platicaba por retracción. «Si miran en ello, lo que al principio falta hallarán al final», nos informará Delicado al inicio del texto —en el argumento— y al final de la novela —en el capítulo «cómo se escusa el autor»—. Es el bucle narrativo.
Arrepentida de sus acciones mundanas, la Vellida se retirará a la ínsula de Lípari con su marido Rampín, con su par en el espíritu. Ambos comenzarán una nueva vida en el temor del Señor, donde reside el principio de la sapiencia. «Notá esta conclusión», argüirá la Vellida, «el ánima del hombre desea que el cuerpo le fuese par perpetuamente». Vellida se unirá con su par Rampín como obra de amor. Es la regeneración de los pícaros cristianos nuevos.
Y «ansí se acabará lo pasado y estaremos a ver lo presente, como fin de Rampín y de la Lozana», escribirá Delicado a modo de finis. ■ ■