Autor: 6 julio 2009

Felipe Benítez Reyes
Libros de poemas
Visor, Madrid, 2009

Ya desde sus inicios, Felipe Benítez Reyes dio muestras de su buen hacer literario. En 1985 publicaba el poema «Advertencia», para muchos uno de los mejores escritos en España en las últimas décadas. También es memorable «La desconocida». En esta primera etapa, la que incluye títulos como Los vanos mundos, La mala compañía, Pruebas de autor, etcétera, predomina la métrica clásica, versos rimados de técnica impecable. Cierto es que alguien se ha referido a estos versos como «poesía para adolescentes», dada su temática (fiestas juveniles…), pero siguen conservando el encanto y la magia de esos años.

Entre las influencias, Cernuda, Eliot, Brines, Fernando Ortiz, Gil de Biedma, Borges, Lorca o Chesterton han dejado su huella. En los títulos siguientes, Sombras particulares, El equipaje abierto, Escaparate de venenos y La misma luna, los poemas son más largos, y las imágenes muestran un estilo personal, aunque estéticamente el autor esté próximo a otros poetas de su generación, como Luis García Montero, Carlos Marzal o Vicente Gallego.

Fuera de este libro queda Vidas improbables, un divertimento en que jugaba a inventarse a otros poetas. No se trataba de un mal libro, aunque era ciertamente menor, y no encajaba bien en su poesía reunida.

Al lado de esta obra poética, ha desarrollado su labor como ensayista, narrador, articulista y dramaturgo, con bastante maestría en general. Títulos como Tratándose de ustedes, La propiedad del paraíso o Bazar de ingenios forman parte ya del recuerdo de bastantes lectores.

Uno de los méritos de Benítez Reyes es haber hallado un modo de introspección psicológica, como la que nos demuestra al hablar del protagonista de Lolita. En otros casos, el tono meditativo, aprendido en Brines y Cernuda, le lleva a reflexionar sobre el arte y el sentido de una vida consagrada al ejercicio de la literatura. Se pregunta si esta actitud justifica una vida, y la respuesta es: «los años van pasando y sé que no».

Con respecto a la poesía, nos decía: «Tuvo fulgor de joya, y estaba bien tratarla / con el rigor que exige su rango de abstracción», para añadir: «Al ritmo que marcaba ordené yo mi vida». Esto nos da idea de la importancia que el género ha tenido en su existencia, y cómo marcó su juventud en los años 80. Ya desde entonces, la atención de lectores y críticos se centraba en su obra. Las principales antologías de jóvenes poetas de la época recogían sus versos. Esto hizo que Luis García Montero y él cosecharan no poca envidia y odio entre bastantes letraheridos. Se añadía que ellos apostaban por una determinada opción estética, la que denominaron poesía de la experiencia o figurativa. Durante sus etapas al frente de publicaciones como Renacimiento o Fin de siglo, Felipe Benítez Reyes se inclinaba por poetas de este tipo. La reacción, desde postulados distintos, no se hizo esperar. A mediados de los noventa, se publicaban las antologías poéticas La prueba del nueve y La poesía de la diferencia. Felipe Benítez Reyes optó por tomarlo con humor y publicó El sindicato del crimen, una recopilación de supuestos poetas de la entonces corriente dominante que él mismo defendía. Hoy, con el paso del tiempo, como suele pasar, todas esas polémicas van quedando muy lejos. Con el tiempo, los poetas de diferentes estéticas tienden a parecer similares. Lo que importa son las obras, lo que nos va quedando, y, con cierta melancolía y nostalgia, siempre es grato volver a la poesía de Felipe Benítez, uno de los autores fundamentales de las últimas décadas.

Vicente García


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