Autor: 5 julio 2009

Christian Law Palacín
Algo menor que el corzo
Pre-Textos, Valencia, 2009

En la primera página de este libro el autor transcribe la definición del término gacela según el diccionario de la Real Academia de la Lengua: «Antílope algo menor que el corzo, que habita en Persia, Arabia y el norte de África, y es muy celebrado por su gentileza, por su agilidad y por la hermosura de sus ojos grandes, negros y vivos. Tiene la cola corta, las piernas muy finas, blanco el vientre, leonado el lomo, y las astas encorvadas a modo de lira». Estas palabras, bien podrían describir, también, de algún modo, la voz poética de Christian Law Palacín, pues como un animal sigiloso, con cautela, como si de una gacela se tratase, nos conduce lentamente a través de versos que nos hablan de la realidad cotidiana, de los sentimientos, los recuerdos, paisajes, la madre o todas aquellas sensaciones que la vida nos ofrece cada día, si prestamos la debida atención.

El autor susurra cuando escribe. Su dulzura, no obstante, manifiesta una voz firme a la hora de referir todo aquello que le rodea, lo que duele, lo que calma. En un tono sereno, sutil —de nuevo como la gacela que de forma errónea se confunde con un «algo menor que el corzo»— nos desvela aquello que no alcanzamos a ver tras la bruma de lo cotidiano, lo que el ser humano observa sin más, sin preguntarse nada, sin indagar, sin llegar a conclusiones tales cómo «con cuánto afán se pierden las bandadas / y solo es el invierno lo que huyen». El autor nos sorprende con una inusitada profundidad en la serenidad de sus versos. Este libro de poemas nos descubre una nueva rendija de realidad por la que asomarnos a un mundo desconocido, el de quien observa con la lucidez que tan solo logra aquel cuya paz permite una mirada limpia, casi intacta, primera. En esos ojos vivos, despiertos, de la gacela, confiados, reconocemos también la voz del poeta, una mirada muy personal, única, que lejos de utilizar movimientos bruscos, trasladarnos a lugares oscuros o arrastrarnos hacia la sombra evidente, nos ofrece una puerta abierta a la observación serena, la más lúcida quizá, desde luego la más transparente («Amamos las gacelas / porque son muy veloces, / porque invierten el riego musical de sus venas / en vencer las intrigas / del llano con galopes / de pura incandescencia / que nadie osa seguir, / sus ojos interiores / entresueñan / cada noche la vida planetaria / de los pájaros nómadas». Esta aparente docilidad de la gacela es la que nos permite caminar sin prisa y soñar plácidamente con los lugares que solo «los pájaros nómadas» pueden conocer, he aquí nuestra primera lección para enfrentarnos a tormentas y dolores innecesarios ante la vida. La gacela como ejemplo.

Y si seguimos el camino, tras el rastro de las pistas que vamos encontrando en cada página, llegamos al punto exacto en el «que todo empieza a resultarte ajeno / salvo el gorrión / y el agua». Ahí se encuentra, por tanto, el verdadero hogar donde la sombra no podrá alcanzarnos nunca. Segunda lección. El poeta, como visionario sabe que las gacelas «ellas, las volanderas, / gacelas de los vientos, / dominarán las rutas de las cumbres celestes / cuando alcance sus ojos la mañana». Y la lección continúa, infinita.

También la gacela es experiencia y de cada vivencia aprende y se fortalece al igual que el hombre: «Y comprender, con amargura, / que sería posible, poco a poco, / vivir, ya sin tu amor, un día bueno». La supervivencia gana siempre toda batalla, aunque exista cierta complejidad, contradicción en ello, por eso «extraño es que la nieve de plenitud al frío». No hay luz sin sombra, ni al contrario: caras de una misma moneda. La gacela sabe que en su parpadeo constante e inquieto acepta toda acción, ha de mantener una alerta constante puesto que «es muy honda / la tristeza por ser inesperada».

Algo menor que el corzo es una obra que susurra, que bordea sigilosa la realidad para adentrarse en ella con un suave movimiento, apenas roce, mostrando rendijas desconocidas en tiempo y alma, y lecciones tan imprescindibles como que aún es posible que un «abrazo / me entregue todavía ese universo / en el que no ha triunfado aún el frío».

Ana Vega


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