Amélie Nothomb
Ni de Eva ni de Adán
Traducción de Sergi Pàmies
Anagrama, Barcelona, 2009
Leer una novela de Amélie Nothomb siempre se parece a leer otra novela de Amélie Nothomb, en el buen sentido de que la autora belga abre las puertas a un universo de leyes propias y actos concatenados bajo el signo del absurdo. Ni de Eva ni de Adán no constituye una excepción.
Esta novela se incardinaría en la vertiente biográfica de la escritora, en la senda de Estupor y temblores, Metafísica de los tubos o El sabotaje amoroso. En todas ellas la personalidad de la autora trasluce bajo la trama como un reflejo de sus obsesiones. El choque cultural, la perspectiva casi etnográfica de sus libros, son un punto positivo que Amélie reitera con acierto. Ni de Eva ni de Adán cuenta, pues, los años anteriores a su ingreso en el mundo laboral japonés, que narraba excelentemente en Estupor y temblores, aunque en las últimas páginas la historia se solapa con aquel estupor y completa vacíos.
Así, Ni de Eva… es una historia de amor. Quizá la primera historia de amor «convencional» que escribe Amélie Nothomb. El amor nunca está fuera de la órbita de la autora. De hecho, la belleza y la sublimación de la pasión es el principal y recurrente tema de sus novelas. En todas ellas, incluidas las que no son estrictamente biográficas como Atentado, Antichrista o Diario de Golondrina, el personaje se enamora de algo o alguien, pero se trata de una fascinación estética, pura, sensible. La contraposición entre lo bello y lo feo es básica en su literatura. Su jefa, su niñera, su compañera de juegos, su hermana, Japón, China, cada persona u objeto de adoración de Amélie Nothomb o sus personajes se define por una belleza deslumbrante, arrebatadora y libre de cualquier artificio sexual. En Ni de Eva… esta pasión por la belleza nívea, etérea, de elegancia espiritual, permanece en la persona de Rinri, el novio japonés, pero se añade un componente material, sexual, agreste. Amélie Nothomb se descubre a sí misma ante la realidad.
Hay una ausencia de implicación constante. En sus novelas, Amélie Nothomb es una observadora. Y a pesar de ser atravesada por multitud de sentimientos que destrozan sus percepciones y su sensibilidad, el personaje aparece siempre al margen, alejado y cercano. En esta novela, sin embargo, Amélie se ve en la obligación de ganar algún dinero como profesora de francés. Su primer alumno resulta ser un esbelto y peculiar japonés del que se enamora sin poder evitarlo. Lo ama todo de él, y se incluye a sí misma por primera vez.
Entiendo que Amélie vive su vida con la distancia que proporciona su megalomanía personal, su inmenso universo interior que la ata a sí misma. Pero en esta etapa Rinri ocupa un espacio trascendental y los sucesos de ese amor son como una escalera hacia la convencionalidad. Ascienden al monte Fuji, viajan a Hiroshima, viven juntos en el apartamento de una amiga o en la casa de Rinri. Amélie no pierde tampoco su posición de observadora, aunque en esta ocasión no analiza tanto la pasión amorosa que la aflige como la contraposición cultural que percibe respecto de Rinri.
Sin duda, uno de los encantos de las novelas biográficas de Amélie consiste en ese enaltecimiento de su propia persona, que no resulta fatuo sino irónico y justificable, mezclado con la estupefacción ante la realidad absurda que la rodea: en general, otro país y otra cultura, con la que, sin embargo, empatiza y se funde en la medida de lo posible. El humor de su prosa es una pátina de cordura y fina sensatez. Los diálogos son contundentes por su permanente ironía. Y sus experiencias siempre aparecen teñidas de una exaltación sentimental puramente japonesa.
Ni de Eva ni de Adán es, pues, otro vuelta de tuerca a más de lo mismo, que es distinto cada vez, porque cada novela narra hechos diferentes, historias divertidas y singulares, que apuntalan una sólida carrera literaria y una imagen siempre juvenil de la escritora belga. Esta novela no defraudará a sus incondicionales, ni modificará la opinión de sus detractores.
José Ángel Gayol