Autor: 12 mayo 2009

José Manuel Benítez Ariza
Vacaciones de invierno
Paréntesis, Sevilla, 2009

Para todo lector la aparición de una nueva editorial es motivo de gozo. Si además tiene la suerte de tropezarse en su puesta de largo con una novela tan bien labrada como esta de José Manuel Benítez Ariza la alegría tiende a multiplicarse espontáneamente.

Hay libros que dan la impresión de haber sido escritos silbando y hay libros que parecen escritos masticando. Hay autores egregios para los dos tipos: entre los autores que silban estaría sin duda Mark Twain y entre los que mastican muy despacio, como rumiando para hacer pasar la vida por un aparato digestivo muy complejo que la convierte en literatura, estaría Marcel Proust. José Manuel Benítez Ariza, escritor todo terreno, poeta, articulista, cuentista, novelista y diarista, es más bien de los rumiantes que de los silbantes. Digamos que tiende más al agostamiento de la existencia que al trallazo fustigante de la acción, y, sin embargo, en Vacaciones de invierno consigue conjugar magistralmente cierta exhaustividad descriptiva con la precisión narrativa que requiere un relato centrado en el proceso de madurez al que se enfrenta un muchacho de provincias hospitalizado con la mandíbula rota en la España de principios de los años setenta. Hay en Vacaciones de invierno —el título hace referencia a la forzosa parada escolar que afecta al protagonista— un equilibrio narrativo muy poco frecuente. Por una parte, la realidad triste, grisona y bastante esquizofrénica de un país salido del desarrollismo, que vive ya con cierta holgura y que, sin embargo, sigue padeciendo la represión política de un régimen dictatorial, está plenamente conseguida. Ese ambiente se detalla físicamente y la espesa cotidianidad de aquellos años, algo así como un abandono del alma, pesa en cada una de sus páginas. Por otra parte, las peripecias del muchacho en el hospital en compañía del resto de los personajes —la madre, el padre, el celador Germán, la enfermera Lola, el diabólico niño Javier, el Patapalo, el Bizco, los gatos, etcétera— imprimen interesantes acelerones de acción que van guiando sin caídas al lector hasta la última página.

Vacaciones forzosas es el reflejo de un pasado grisáceo, es la mirada calibrada y algo melancólica de un hombre que fue niño a la realidad ambarina de la que procede. Una realidad que incluye la rotura de mandíbula de Cassius Clay por un golpe de Ken Norton en San Diego, 1973; las piernas de Esperanza Roy haciendo al personal temblar de vértigo venéreo desde las marquesinas de los teatros y la extraña supervivencia de un puñado de jugadores de rugby atrapados en los Andes que, condenados a comerse a los compañeros fallecidos tras un accidente de avión, lograron salir adelante. Benítez Ariza habla de una realidad en la que casi todo son actos furtivos: «Fumar, estar a solas con personas del otro sexo, tocarse unos a otros bajo la ropa». Un mundo en el que todo es secreto y en el que el doble rasero, la moral victoriana, la hipocresía, hace que esos aislados secretos acaben por convertirse en distorsionados secretos a voces por el efecto difusor de la maledicencia y la mala conciencia. Vacaciones forzosas es, en fin, una excelente novela sobre la que planean la mano experta y el buen hacer de quien sabe ajustar muy bien cada letra para equilibrar el resultado.

Manuel Cienfuegos


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