Clara Janés
Fósiles
E.D.A., Málaga, 2008
Sin duda, este no es un libro cualquiera de poemas, se trata de una pieza única e irrepetible que al tenerla entre nuestras manos nos deslumbra como una piedra preciosa; una obra de exquisita edición que nos ofrece un libro de poemas de Clara Janés ilustrados de forma detallada, con todo mimo y cuidado, por los grabados de Rosa Biadiu, como si en cada página un nuevo misterio se desvelara en imagen y verso. En la parte final del libro encontramos los manuscritos originales de estos poemas, escritos por la propia autora con su estilizada letra, como de carta decimonónica (qué placer hallar algo así en un libro, algo casi olvidado ya por todos, la letra que nos define y nos marca, que en realidad ha dado forma al verso de forma artesanal desde tiempos inmemoriales: tan sólo las manos y la página en blanco). Destacamos por tanto el inmenso placer que supone entregarnos a la lectura de estos versos y acariciar con los dedos un objeto tan bello como puede ser, y de hecho lo es en este caso, de forma rotunda, un libro de poemas.
La autora nos explica su origen: «Corría el año 1980 cuando adquirí la costumbre de ir al rastro madrileño algunos domingos por la mañana. En medio de aquella algarabía, descubrí unas «antigüedades» muy baratas: ciertos fósiles que se hallaban casi completamente indiscriminados en grandes sacas donde la mano podía revolver, y que vendían a quince pesetas la pieza. Para mí se trataba de tesoros de un valor incalculable pues me llevaban a recuperar captaciones olvidadas: mi afición de infancia a las ciencias naturales y mis primeros poemas, que nacieron dictados por las piedras del Monasterio de Pedralbes». Este prodigioso encuentro entre la autora y los fósiles olvidados desemboca en la publicación de este libro que ahora nos ofrece.
Como bien explica Rosa Chacel en su introducción «cada poema engarza joyas exóticas con secretos tribales, hechos entronizados con entes legendarios, nombres, nombres propios, personales y nombres sustantivos que por una mera delicia fonética, estallan como granadas. Cosas, lugares, criaturas vienen a concurrir en la unidad, cúmulo o racimo de cada poema. Cada poema puesto como tributo amoroso al pie del misterio, del invisible manifiesto». Clara Janés define los contornos del fósil con delicadeza extrema, la imagen que vemos, pero más allá de eso indaga en su historia, la que nos precede, la que encierra cada uno de ellos a modo de misterio indescifrable donde, sin embargo, la autora consigue adentrarse y atrapar esa memoria colectiva, ancestral, que se esconde en su inmovilidad tan sólo aparente. Transgrede el límite de lo tangible hasta llegar al corazón que todo ser u objeto encierra.
La autora se desliza por los versos con una sensibilidad y delicadeza propia de toda buena observadora que teme dañar con su caricia o aliento lo que años de historia han creado. Pero su voz es firme, sólida, lúcida y clara, una voz que logra nombrar lo invisible, describir lo que apenas intuimos por una imagen, y que manifiesta, como bien indica Rosa Chacel: «un decidido ataque al misterio».
Clara Janés nos habla del «pez intacto» que ahora se encuentra ya «liberado de todo transcurrir». Nos advierte: «En ecuación escueta, / que el ser es o no es, / y el breve gesto queda». Hay desnudez absoluta en sus palabras, belleza, sutilidad y delicadeza extrema, calma, sosiego, un silencio de siglos que provoca un paréntesis del todo necesario en nuestras vidas para saborear lentamente sus versos. La autora nos desvela la melodía que susurran estos fósiles desde su aparente quietud, sus secretos: «la plenitud puntual de la materia». En sus versos hallamos los misterios ajenos al ojo humano pues «en la piedra lo efímero se anega/ e inviste de estatismo / por vadear la muerte». En los fósiles nos reconocemos puesto que en ellos observamos un «perpetuo camino de partida».
Este libro, joya única e indispensable para todo amante de los libros, y muy especialmente de los versos y la edición cuidada con esmero, está dedicado a Fernanda Monasterio porque «su artesanal brega diaria con los vivientes implacables oculta su dilecta afición a los fósiles; es gran coleccionadora y conocedora, ahí reside la complejidad de su mundo; una doma divina, contacto y lucha con el dolor humano; otra oscura elección, dedicación y pasmo ante las formas desenterradas, robadas al orbe en que no queda más que «sólo silencio»». Poco más cabe decir.
Belén Fernández