Francisco Álvarez Velasco: Las aguas silenciosas
Trea, Gijón, 2007
En El viejísimo jugo de la tierra, 1988, uno de los libros más intensos y que mejor nos presenta y define el oficio de poeta, se presiente, en la mayoría de los poemas, una contención emocional y, lo que es más importante, una contención de la palabra. Los años, la vida, la profesión y, posiblemente, la reflexión, le han enseñado al poeta el uso preciso y delicado de la palabra. En Noche, la poesía se concentra más, se va despojando, a la manera de Juan Ramón, de lo accesorio y se nos va presentando cada vez más desnuda, casi pura. Se adelgaza y se llena de música, de baladas, de recuerdos de la infancia y de esa «conciencia dolorosa del fluir temporal». Hay en esta última poesía de Álvarez Velasco un rumoroso silencio coral y sinfónico, un ensayo primero al silencio total de la muerte.
Las aguas silenciosas, de título revelador, viene a ser un libro puente entre El viejísimo jugo de la tierra y Noche. El libro está estructurado en tres secciones. La primera, titulada «El hueco son de la persona» está compuesta de veinticuatro poemas, y como el epígrafe insinúa, los temas tratados van a discurrir, sobre todo, por caminos vacíos, miradas cansadas, vamos a escuchar una música con el sonido hueco del cuerpo humano: «Es ya la madrugada. / Junto al espejo quedan / los dientes, la peluca / y la máscara viva / de mirar a los otros. // Un rostro sobre el lecho / mirando hacia la muerte».
Un breve poema, titulado «Final de fiesta», que nos recuerda los aguafuertes de Goya y la pintura de Valdés Leal o de Solana y que reflexiona sobre los temas de siempre, temas que hacen que la poesía, como el mar de Valery, siempre esté volviendo a nacer: la vida que pasa, la muerte que llega, el vacío total, el miedo al nuevo día…
La segunda parte se titula «En las quiebras del tiempo» y es la más minimalista de las tres, la más desnuda, la más desprovista de anécdotas pero la más llena de sentimientos. Es también la más machadiana. El primer poema dice: «Si no haces ya preguntas, / qué lejana la infancia», que nos avisa del contenido argumental de la serie: la infancia y la vejez. Aparece una Luna, la nieta del poeta, en un poema en donde sí hay una larga pregunta: «¿Quién vigila en el mundo / en este mismo instante, / cuando en la cuna cruzas / la frontera invisible / en la tierra del sueño?». A falta de preguntas asoma la vejez y con ella unos «Viejos frente a la mar». «Sentados permanecen. /Hilando sus memorias, se les rompen las lanas, / la madeja, / pues no es densa la vida / y fluye con sus huecos, en hilos muy delgados, / enganchada en los nudos // Frente a la mar sentados. / Y los barcos se alejan / por la panza del mundo».
«Otra orilla» se titula la tercera y última parte de libro. Si se leen los poemas con atención, veremos que, velada o claramente, la presencia del agua, ya sea en forma de lluvia, de lágrima, de bebida o de Cantábrico, aparece en casi todo el libro y, especialmente en esta parte que es espléndida. Como lo es este poema descarnado, dedicado a Carmina, que a mí me parece uno de los mejores del libro. (Aquí hay todavía una pregunta, aunque breve y lacerante.): «¿Después la carne es triste? // Pero ya nada importa, / si hacia ti me condujo una pasión de lluvia / para vivirte dentro, / si bebiste las sombras, / si el tiempo detenías y en la fruta secreta / había un paraíso en lugar de la muerte».
La de Álvarez Velasco es, como hemos visto, una poesía desprovista de demasiada ornamentación en donde el amor ocupa un lugar destacado. Es poesía de amor y es también poesía amorosa, comprometida, paisajista, cercanamente arropada por los poetas del siglo de oro, de la poesía clásica y con presencias de lejanas devociones. Es una poesía que hace una autopsia a la vida, que disecciona a la propia muerte y que con el bisturí de la palabra nos rasga la piel del recuerdo. Tocada de naturaleza y de una luz social y política es una poesía comprometidamente humana, de la tierra, subterránea, poesía interiorista pero también una poesía de familia, con nombres y rostros, con bosques de árboles que tienen raíces que son los huesos del abuelo. Poesía, en su mayoría, en un sobrio blanco y negro, a veces iluminada de luz leonesa o asturiana.
Las aguas silenciosas no solamente sacian la sed que nos da la vida («Lo malo es que no sabemos / para qué sirve la sed») sino que nos hacen entender y descifrar su voz que puede ser música o trueno y que solo podemos escuchar con los ojos del alma.
Hilario Barrero